No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará
en el Reino de los Cielos; sino el que hace la voluntad de mi Padre que
está en los Cielos (Mt 7, 21).
Bueno, Jesús, ya se ve que esta idea quieres que la tenga bien
clarita: que no basta con las buenas intenciones, que hay que empeñarse en dar
frutos. La verdad que algunos frutos hay en mi vida, aunque son frutos un poco
pequeños y no muy sabrosos, que no son frutos de exportación. Jesús,
sóplame algunas ideas, sugerencias para poder ofrecerte frutos grandes,
sabrosos, capaces de ser catalogados como de exportación.
Sigue
pidiéndole
a Jesús que te sople sugerencias.
Por tanto, todo el que oye estas palabras
mías y las
pone en práctica, es como un hombre prudente que edificó
su casa sobre roca: cayó la lluvia, llegaron las riadas,
soplaron los vientos e irrumpieron contra aquella casa, pero no se cayó porque
estaba cimentada sobre roca (Mt 7, 24-25).
Para dar frutos buenos he de construir sobre roca, sobre la roca
de vivir en gracia, de hacer mi 3+2 a diario, de buscarte, Jesús, en los sacramentos
(Confesión y Comunión). El primer fruto que te quiero pedir que me ayudes a
ofrecerte es el de la constancia, que aprenda a ser constante un día, y otro
día. ¡Ayúdame a perseverar!
Cuéntale
a Jesús los motivos por los cuales te cuesta ser constante y luego pídele
que te ayude a poner soluciones.
Propósito: fruto de constancia.