domingo, 30 de julio de 2017

La Perla

El Reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en un cam­po: el que lo encuentra lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va y vende cuanto tiene y compra aquel campo. (Mt 13, 44).
Escucho estas palabras, Jesús, y me doy cuenta de que a veces, en vez de venderlo todo para comprar el campo, ando viendo quién me compra el campo. Ando viendo cómo me zafo de las tareas, cómo como en clase sin que me cachen, cómo duermo en el aula sin que el profesor se dé cuenta, y así un sinfín de cosas más. No me veo que soy un privilegiado por tener educación.
Piénsalo un momento, el estudio es un gran tesoro.
El Reino de los cielos se parece también a un comerciante en perlas finas, que, al encontrar una perla muy valiosa, va y vende cuanto tiene y la compra. (Mt 13, 45).
¿Y yo cómo podría vivir esto que me planteas en el Evangelio, Jesús? ¿Cuál es esa perla valiosa que debo cuidar tanto? Lo único que sé de joyas es que mi mamá las suele usar para verse linda en las reuniones. Eso me hace pensar en mi familia. Hay muchas perlas de gran valor, pienso que una de ellas es mi casa: mi papá, mi mamá, mis hermanos. Pierdo mi perla cuando me encierro jugando videojuegos, cuando me salgo a la calle y no regreso sino hasta muy tarde. La pierdo cuando en vez de comer con todos, como viendo la tele en la sala.
Piensa qué más cosas haces en las que pierdes la Perla.

Propósito: comer siempre que sea posible con algún miembro de mi familia