Mientras los trabajadores dormían, llegó
un enemigo del dueño, sembró cizaña entre el trigo y se marchó (Mt 13, 25).
Es que como vea quién fue el que echó la cizaña, le doy duro.
Pero, ¿y por qué tan creído? ¿Y qué tal si la cizaña soy yo? La cizaña se chupa
los nutrientes del trigo. Ni come, ni deja comer. ¿No seré un poco cizañín
cuando no hago nada para que mis amigos también se hagan amigos tuyos, Jesús?
En la época de la parábola no existían los químicos contra las malas hierbas,
sino la cizaña se hubiera ido feo. Un herbicida necesito yo, pero de gracia de
Dios. Pero tus herbicidas, Jesús, no matan sino transforman. Convierten lo malo
en bueno.
Necesito
urgentemente un herbicida: la Confesión y la Comunión.
Dejen que crezcan juntos hasta el tiempo
de la cosecha y, cuando llegue la cosecha, diré a los segadores: arranquen
primero la cizaña y átenla en gavillas para quemarla; y luego almacenen el
trigo en mi granero (Mt 13, 30).
Ya se ve que siempre entre los hierba mala hay gente buena. Es
cuestión de tener paciencia. Pero de entrada, lo mejor es no juzgar. Con el
paso del tiempo resulta que el más molestón de la clase al cabo de veinte años
termina siendo el padre que dice la Misa del domingo en la parroquia de la
esquina. Mientras tanto, con los “hierba mala”, a rezar por ellos para que se
conviertan. Jesús, que sea apostólico.
¿Soy
yo hierba mala?
Propósito: usar el herbicida de la
oración a diario.