Dijo Jesús: Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco y ellas me
siguen, y yo les doy la vida eterna (Jn 10, 27).
Jesús, como soy de ciudad
eso de las ovejas no cabo de entenderlo. Si no recuerdo mal una vez vi en la
tele un rebaño con su pastor al frente. Las ovejas me parecían todas iguales…
de tontas; pero no. El pastor las iba llamando, una a una, por sus nombres: Linda,
Blanquita, Mochito… y las guardaba en un corralillo. Jesús, Tú que
eres el Buen Pastor me llamas con tus silbidos amorosos. Insistes: Yo soy el buen pastor. El
buen pastor da su vida por sus ovejas (…) Conozco las mías y las mías me
conocen (Jn 10, 11.14). Me conoces, sabes todo de mí, Para Jesús
yo soy único, y me quiere tanto que ha dado su vida
por mí.
Jesús ha dado su vida por mí. Y yo ¿qué
más puedo hacer por Jesús?
MI Padre que me las ha dado, supera
a todos y nadie puede arrebatarlas de la mano de mi Padre. (Jn 10, 30).
En todos los rebaños hay
una oveja que le da por ser original. Ese soy yo ¡Me encanta llamar la
atención!, hacer de oveja negra, ser el centro de las
conversaciones: me da igual que se hable bien o mal, el caso es que se hable. Y
de oveja paso a cabra, cabra malabarista, siempre al borde de precipicio. Hasta
que un buen día, ¡Cataplum!: oveja-cabra descalabrada. Y
entonces, Jesús, me recoges amorosamente y me llevas sobre tus hombros. ¡Qué
bueno eres!
Dile a Jesús que no quieres ser ni cabra
ni oveja negra.
Propósito: ser buena
oveja y decirle a Jesús: “Beee”, “Beeengo” a “Beeerte….”