jueves, 23 de mayo de 2019

Jesús, quiero ver tu rostro


Os he dicho esto para que mi gozo esté en vosotros y vuestro gozo sea completo (Jn 15,11).
Desde que te conocí, Jesús, me llamó la atención tu alegría conta­giosa. No es posible pensar en Ti y no ver tu sonrisa maravillosa. No he encontrado en el mundo nadie más alegre, simpático y divertido que Tú, Jesús mío. Como escribía de ti un niño: En la mirada de Jesús es como si hubiera un tranquilizante que te quita el agobio de lo que sea. Si algún día estoy tristón, de bajón, entonces buscaré el Sagrario más cercano, me pondré de rodillas y te diré: De aquí no me muevo hasta que me llenes de gozo. Entonces sentiré tu mirada, me reiré de mis tonterías y saldré feliz, flotando.
Piensa a qué amigos puedes poner delante de Jesús, para que también a ellos les llene de su gozo.
Como el Padre me amó, así os he amado yo (Jn 15,9).
¿Y tu sonrisa? Jesús, ¿cómo es tu sonrisa? Tu sonrisa es franca, lim­pia, da paz, contagia alegría. ¿Para qué sirve algo tan feo como las orejas? Para tener, como Jesús, una Sonrisa de oreja a oreja. Yo me imagino, decía otra chico, una sonrisa Colgate, una sonrisa de oreja a oreja, superalegre, con dientes más blancos que el azúcar. Jesús, pienso en Ti y me dan unas ganas locas de estar siempre contigo. Con el salmista diré: Oigo en mi corazón: Buscad mi rostro. Tu rostro buscaré, Señor; no me escondas tu rostro (Sal 26, 8-9).
Termina imaginándote el rostro de Jesús.
Propósito: estar contento.