miércoles, 22 de mayo de 2019

Santa María, Rosa mística


Yo soy la vid verdadera y mi Padre es el labrador (Jn 15, 1).
Mi alma es como un jardín. A Dios le encanta trabajar como jardinero, es el Labrador y con el airecillo de la tarde se pasea por mi alma y goza de tantas cosas buenas. Se entretiene con las bonitas flores de mis virtudes, descansa bajo la sombra de mis buenas obras, se refres­ca en la cristalina fuente de mis oraciones… Es cierto que, a veces, encuentra algo de cizaña, alguna mala hierba, y alguna que otra espina. Entonces el Labrador aprovecha cada confesión para sacar esas malas hierbas. No siempre salen de raíz y serán necesarias otras confesiones. Y cada día que pasa Dios más contento de mí.
En la próxima confesión buscaré las 7 raíces de los pecados capitales.
Todo sarmiento que en mí no da fruto, lo corta, y todo el que da fruto lo poda para que dé más fruto (…) El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada (Jn 15, 5-6).
Pero a veces el Labrador tiene que cortar las ramas secas de los árboles, echar cal a los arbustos y podar los rosales. A veces salen ca­prichos o antojos sin sentido. Y pienso: ¡Pobres árboles! ¡Pobres rosales! Pero con el tiempo, donde solo había ramas secas crecen nuevos brotes, ya no hay plagas de bichitos y… ¡ay, la poda! Gracias a la poda crecen rosas más numerosas y hermosas que nunca.
¿Dejo al Labrador que trabaje en mi alma?
Propósito: no cultivar malas hierbas.