Yo soy la vid verdadera y mi Padre es el labrador (Jn 15, 1).
Mi alma es como un jardín.
A Dios le encanta trabajar como jardinero, es el Labrador y con el
airecillo de la tarde se pasea por mi alma y goza de tantas cosas buenas. Se
entretiene con las bonitas flores de mis virtudes, descansa bajo la sombra de
mis buenas obras, se refresca en la cristalina fuente de mis oraciones… Es
cierto que, a veces, encuentra algo de cizaña, alguna mala hierba, y alguna que
otra espina. Entonces el
Labrador aprovecha cada confesión para sacar esas malas hierbas.
No siempre salen de raíz y serán necesarias otras confesiones. Y cada día que
pasa Dios más contento de mí.
En la próxima confesión buscaré las 7
raíces de los pecados capitales.
Todo sarmiento que en mí no da fruto, lo corta, y todo el que da
fruto lo poda para que dé más fruto (…) El que permanece en mí y yo en él, ése
da mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nada (Jn 15, 5-6).
Pero a veces el Labrador tiene
que cortar las ramas secas de los árboles, echar cal a los arbustos y podar los
rosales. A veces salen caprichos o antojos sin sentido. Y pienso: ¡Pobres
árboles! ¡Pobres rosales! Pero con el tiempo, donde solo había ramas secas
crecen nuevos brotes, ya no hay plagas de bichitos y… ¡ay, la poda! Gracias a
la poda crecen rosas más numerosas y hermosas que nunca.
¿Dejo al Labrador que trabaje en mi alma?
Propósito: no
cultivar malas hierbas.