Jesús despidió a la multitud y se fue a su casa. Entonces se le acercaron sus discípulos y le dijeron: “Explícanos la parábola” (Mt 13, 36).
A mí nunca me ha gustado ser del montón, de la multitud. Me encanta que me tomen en cuenta y sentirme especial. Tú, Jesús, consigues hacerme sentir así invitándome a tu casa. Otras veces eres tú el que viene a la mía, y eso a pesar de aquello de “no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme”. La paz que se siente al estar en tu casa viene de escuchar tus palabras, tus explicaciones. Pero como me dijo un profesor, “pero si no se calla, no va oír lo que le digo”. Silencio, Jesús; necesito callarme un poco también cuando estoy solo. Así, podré oírte, podré entender tus explicaciones. A veces me da la impresión que se me olvida dónde se apaga el iPod.
u El triangulito es para el “play”, el cuadradito para parar, y las dos barritas verticales, pausa.
El que tenga oídos, que oiga (Mt 13, 43).
San Josemaría decía que le gustaban los burros. Entre otras cosas, porque sus orejas le parecían como dos antenas levantas, listas para captar lo que su amo quería decir. Jesús, ayúdame a poner atención. A no usar las orejas sólo para sostener los audífonos. Quiero estar atento sobre todo a lo que tú quieras decirme. Quiero ser un burrito.
u Parar bien las orejas.
Propósito: Apagar el ruido.