sábado, 23 de julio de 2011

La mala hierba al final sí se muere…

Mientras los trabajadores dormían, llegó un enemigo del dueño, sembró cizaña entre el trigo y se marchó (Mt 13, 25).

Es que como vea quién fue el que echó la cizaña, le doy duro. Pero, ¿y por qué tan creído? ¿Y qué tal si la cizaña soy yo? La cizaña se chupa los nutrientes del trigo. Ni come, ni deja comer. ¿No seré un poco cizañín cuando no hago nada para que mis amigos también se hagan amigos tuyos, Jesús? En la época de la parábola no existían los químicos contra las malas hierbas, sino la cizaña se hubiera ido feo. Un herbicida necesito yo, pero de gracia de Dios. Pero tus herbicidas, Jesús, no matan sino transforman. Convierten lo malo en bueno.

u Necesito urgentemente un herbicida: la Confesión y la Comunión.

Dejen que crezcan juntos hasta el tiempo de la cosecha y, cuando llegue la cosecha, diré a los segadores: arranquen primero la cizaña y átenla en gavillas para quemarla; y luego almacenen el trigo en mi granero (Mt 13, 30).

Ya se ve que siempre entre los hierba mala hay gente buena. Es cuestión de tener paciencia. Pero de entrada, lo mejor es no juzgar. Con el paso del tiempo resulta que el más molestón de la clase al cabo de veinte años termina siendo el padre que dice la Misa del domingo en la parroquia de la esquina. Mientras tanto, con los “hierba mala”, a rezar por ellos para que se conviertan. Jesús, que sea apostólico.

u Atención, no sea que el “hierba mala” sea yo.

Propósito: Usar el herbicida de la oración, que no mata sino convierte.

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