Mientras ellos
miraban, se elevó, y una nube lo ocultó a sus ojos. Cuando estaban mirando
atentamente al cielo mientras Él se iba, se presentaron junto a ellos dos
hombres con vestiduras blancas que dijeron: Hombres de Galilea, ¿qué hacéis
mirando al cielo? (Hch 1, 10-11).
¡Pobrecitos! ¡Qué cara se
les pondría a los discípulos! Miraban y remiraban... Quizá, pensaban, detrás de
la nube aparecería de nuevo Jesús. Y pasaba el tiempo y pasaban las nubes y
nada. Algunos curiosos que pasaban por ahí también se quedarían mirando al
infinito, alelados, con cara de pasmados. ¡Pobrecitos! —pensó Jesús—, ¡Se han
quedado helados! Tengo que hacer algo… Y por fin, decidió mandar unos ángeles
medio bromistas: Hombres de Galilea, ¿qué hacéis mirando al cielo?
u Pídele
a tu Ángel Custodio que te quite lo pasmado y que te pongas hacer el bien… YA.
Todos ellos
perseveraban unánimes en la oración, junto con algunas mujeres y con María la
Madre de Jesús (Hch 1, 14).
Todas las despedidas son
tristes. Con un nudo en la garganta, sin poder ni hablar, regresaron los discípulos
al Cenáculo. Necesitaban consolarse y ¿quién consuela mejor que una madre?
Jesús nos has dejado a su Santísima Madre, ¡somos también sus hijos! Hoy en la
oración acudiré mucho a la Santísima Virgen. Hoy y siempre.
u Sigue
pidiéndole a la Virgen que te haga apóstol.
Propósito: Hacer lo que Dios me pida.