“Bendita tú entre
las mujeres y bendito el fruto de tu vientre… ¡Dichosa tú que has creído!
Porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá” (Lc 1, 42.45).
¡Sí! ¡Dichosa! Y mil veces lo diría para hacerle la fiesta a mi
Madre del cielo en este día de la Asunción. ¿Qué cara habrán puesto los ángeles
cuando te vieron entrar en el cielo? No se imaginaban tanta belleza, tanta
hermosura. Realmente hacía su entrada la reina, la soberana, la Madre del
Creador. Esa mujer en la que Dios se desbordó en virtudes, dones y gracias. Esa
eres tú, Madre mía. Recibes el premio merecido para los que han creído
firmemente.
Repítele
muchas veces hoy a la Virgen que la quieres mucho.
Desde ahora me
llamarán dichosa todas las generaciones, porque ha hecho en mí cosas grandes el
Poderoso. (Lc 1, 48).
Madre mía, creíste, tuviste fe, en las palabras del Ángel en la
Anunciación. Pusiste tu vida entera al servicio de Dios para un plan que, en
ese momento, eran puras palabras. El Todopoderoso verdaderamente hizo cosas
grandes gracias a tu entrega. Y pensar que hay muchos que esperan ser
recordados por generaciones a fuerza de egoísmo y ambiciones personales.
¡Quiero que también mi vida sirva para cosas grandes! ¡Quiero que también mi
historia sea la de uno que dice sí a Dios en todo! ¡Ayúdame, Virgencita Santa!
Las
cosas grandes comienzan con cosas pequeñas.
Propósito: decirle
que sí a Dios.