Mientras Él oraba,
cambió el aspecto de su rostro y su vestido se volvió blanco, resplandeciente
(Lc 9, 29).
Un Papa de los primeros siglos, con un nombre curioso –San León–
explicaba esta fiesta así: “El fin principal de la transfiguración era
desterrar del alma de los discípulos el escándalo de la cruz”. Jesús, me parece
entender que te transfiguraste –cambiaste tu figura haciendo tu cuerpo
reluciente– para darles esperanza a los apóstoles, para que no se fueran a
desanimar cuando te vieran sufrir y morir en la cruz. ¡Qué bueno eres! Y nos
conoces muy bien, que a la hora de la verdad, de lo difícil o de lo que no se
entiende, nos desanimamos y tiramos todo por la ventana.
Anímate
a besar un crucifijo y pedirle a Jesús que te preste fortaleza.
Dijo Pedro a Jesús:
Maestro, qué bien estamos aquí, hagamos tres tiendas, una para ti, otra para
Moisés y otra para Elías (Lc 9, 33).
Jesús, este Pedro sí que sabía disfrutar y como estaba feliz
quiere quedarse en el Monte Tabor. La verdadera felicidad es estar junto a Ti.
Cuando me voy a confesar, salgo tan contento que voy hasta silbando luego por
ahí, es como si me hubieran llenado de combustible para avión. Y si comulgo ese
día ya es agarrar aviada, tomar pista y despegar. ¡Gracias, Jesús, por los sacramentos
que me transfiguran el alma!
Habla
con Jesús sobre los amigos a los que puedes ayudar a despegar y volar.
Propósito: Ser torre de control de
aeropuerto para los demás.