El que quiera venir
conmigo, que renuncie a sí mismo, que tome su cruz y me siga (Mt 16, 24).
“Jesús te amo”, “Jesús eres mi vida”, “Jesús, dulce Jesús”, y no
sé cuántas cosas más vi escritas en aquél cartel. Los que las habían puesto
estaban en ese momento sentados –por no decir tirados-en el suelo. Unos con su
música, otros haciendo leña a no sé quién (bulling, le llaman ahora). Entró el
profesor y dijo, necesito un par que me ayude. Se vieron las caras (los que
oyeron), y nadie se levantó. Después me quedé pensado, ¿y no son ese tipo de
situaciones en las que nos pides que renunciemos a nosotros mismo y te sigamos?
¿Ayudo
a la primera o soy un rogado?
Porque el Hijo del
hombre ha de venir rodeado de la gloria de su Padre, en compañía de sus
ángeles, y entonces dará a cada uno lo que merecen sus obras (Mt 16, 27).
La historia de arriba, al final acabó en que unos cuantos, un poco
a regañadientes, se levantaron y fueron a ayudar al profesor. Resulta que le
habían celebrado el cumpleaños a otro maestro y había sobrado pastel y Coca-Cola.
La ayuda que necesitaba el profesor consistía en terminárselo todo porque no se
podía quedar allí el pastel y la bebida. Así haces con nosotros, Jesús, basta
un poquito de esfuerzo de nuestra parte, y tú lo premias como si hubiéramos
subido la cumbre del Everest.
Si
al final, el que sale ganando es uno.
Propósito: Apuntarme
a llevar la Cruz, que después le dan a uno pastel.