domingo, 27 de agosto de 2017

Con el corazón en Roma

«Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» (Mt 16, 15).
¿Quién digo yo que eres tú, Jesús? Me pongo delante de tu presencia y me quedo mudo de sólo imaginar que el Hijo de Dios está delante de mí. Los pobres apóstoles, al principio, a duras penas lo sospechaban. Ante tu pregunta, Jesús, Pedro no se muerde la lengua y declara sin ninguna vergüenza lo primero que se le ocurre: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Me recuerda cuando, en la clase, el profesor lanza una pre­gunta y todos comienzan a decir lo primero que se les ocurre, hasta que alguno, de chiripa, acierta. No sé si lo de Pedro fue o no chiripa, pero está claro que el Espíritu Santo lo ayudó. Yo sé quién eres Jesús, pero lo que sé con la cabeza, a veces no lo sigue mi corazón.
Espíritu Santo, sóplame al oído, para caer en la cuenta delante de quién estoy cuando llego al oratorio.
Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará (Mt 16, 18).
Se me va la cabeza para Roma (Virgencita, que algún día pueda ir). He visto en la tele la Basílica de San Pedro. Era el día de la canonización de Juan Pablo II. Todavía me acuerdo de la alegría que se le veía en la cara al Papa Francisco. ¡Qué gusto da saber que esa es mi Iglesia! Y qué alegría me da pensar que a pesar de lo tremendo que a veces soy, aquí me tienes y me cuidas.
Gracias, Jesús, por la Iglesia y por el Papa.

Propósito: rezar por el Papa