Sus discípulos y le
dijeron: “Explícanos la parábola de la cizaña del campo”. (Mt 13, 36).
Los discípulos son humildes y no tiene pena de preguntar lo que no
entienden. Otro quizá hubiera puesto cara de inteligente aunque no captara
nada, o como dicen, ponen “cara de vaca”: ojos como platos, mirada perdida y
boca entreabierta. Cuántas cosas se pierden cuando no se es humilde. Yo no
quiero perderme tus enseñanzas, Jesús. Quiero captar hasta el porqué de los
detalles más pequeños. Voy a levantar más la mano cuando esté contigo, Jesús.
Más
vale un instante de vergüenza que una vida de ignorancia.
El Hijo del hombre
enviará a sus ángeles, que recogerán de su reino a todos los que fueron causa
de tropiezo y a los malvados, y los echarán al horno de fuego. Allí llorarán y
les rechinarán los dientes. (Mt 13, 41-42).
La ignorancia es atrevida, dice el refrán. Mucha gente hace el mal
por ignorancia. Jesús, cuando estaba en la cruz, pidió a su Padre que perdonara
a los que lo crucificaban porque “no sabían lo que hacían”. Por no preguntar,
por no averiguar bien, uno puede convertirse en causa de tropiezo, puede
terminar obrando el mal. En cambio, cuando se sabe preguntar lo que no se
entendió, se hace mucho bien a los demás. Quizá por eso me peleo a veces con
mis papás. No pregunto el porqué de las cosas que me indican, y sólo las juzgo
de injustas.
Si
no entiendo, pregunto, así obedezco más rápido y mejor.
Propósito: preguntar
antes de juzgar