Lo llevaron a Jerusalén (…) para presentar como
ofrenda un par de tórtolas o dos pichones, según lo mandado en la Ley (Lc 2,
22-23).
San José se dirige al puesto de venta más cercano: —Por
favor, un par de palomas para que juegue el Niño, ¿cuánto es? ¿¡Treinta monedas
de plata…!? ¿No son un poco caras…? Pero no, lo de las monedas de plata
es otra historia, otra compra 33 años más tarde. Jesús, a lo largo de tu vida
terrena te compran y te venden como si fueras una mercancía. En la antigüedad,
para poder liberar a un esclavo, había que comprarlo. Jesús, quieres pagar el
elevado precio de mi liberación, librarme de la esclavitud del pecado, para
hacerme hijo de Dios.
·
Jesús ¿a cuánto te sale la libra de esclavo? Intentaré no engordar…
Habéis sido rescatados (…) no con metales
corruptibles: oro o plata, sino con la preciosa Sangre de Cristo (1P 1, 18-19)
¡Habéis sido comprados mediante un gran precio (1Co 6, 20).
Jesús, has pagado un alto precio por mi rescate. Se ve que me
quieres mucho. Perdóname, Jesús, pero, a veces, se me olvida. Para recordarlo,
me servirá aquel villancico: Madre en la puerta hay un Niño más hermoso
que el Sol bello, diciendo que tiene frío porque viene casi en cueros. Pues
dile que entre, se calentará (…) Yo bajé a la tierra para padecer. Para
padecer por mí. ¿Me lo merezco?
·
Dile a Jesús que quieres hacerte “merecedor” de su
rescate.
Propósito:
no engordar.