Venid a mí todos los que estéis cansados y agobiados,
y yo os aliviaré (Mt 11, 28).
Era un sábado de 1531. El indio Juan Diego iba muy de madrugada
a México a sus clases de catecismo. Junto a un cerro, escuchó que lo llamaban: Juanito,
Juan Dieguito. Subió a la cumbre y vio a la Niña que le dice: Hijito mío
el más amado: yo soy la perfecta siempre Virgen María, Madre del verdaderísimo
Dios…, mucho quiero tengan la bondad de construirme aquí un templo para en él
mostrar y dar todo mi amor, compasión y auxilio… Allí estaré siempre dispuesta
a escuchar…, para purificar y curar sus penas y dolores.
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Agradece a Jesús que nos haya dado a la Virgen como Madre nuestra.
Cargad con mi yugo y aprended de mí que soy manso y
humilde de corazón, y encontrareis vuestro descanso (Mt 11, 30).
Juan Diego al principio se hizo el remolón, pero pudo más el
amor a la Virgen. Por fin, fue a ver al Obispo y desplegó delante de él su
poncho lleno de rosas. Y, así, al tiempo que se esparcieron las diferentes
flores, en ese mismo instante… apareció de improviso en el humilde ayate la
venerada imagen de la siempre Virgen María, Madre de Dios, tal como ahora
tenemos la dicha de venerarla. La Virgen se hizo una foto y nos la dejó
como prueba de su amor.
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Indudablemente a la Virgen le gustan las rosas. ¿Rezo el Rosario?
Propósito:
hoy, Fiesta de Guadalupe, regalar rosas a la Virgen.