El año decimoquinto del imperio de Tiberio César,
siendo Poncio Pilato procurador de Judea, Herodes tetrarca de Galilea, su
hermano Filipo tetrarca de Iturea y de la región de Traconítide, y Lisanias
tetrarca de Abilene, bajo el Sumo Sacerdote Anás y Caifás, vino la Palabra de
Dios (Lc 3, 1-2).
Jesús, ¡vaya trabalenguas! Esto es más difícil que lo de los Tres
tristes tigres comen trigo en un trigal… Decía un ateo que estaba dispuesto
a aceptar todo el Credo a excepción de lo de Poncio Pilato. Y es que
para algunos, la vida de Jesús es una especie de fábula ejemplar, un cuento
chino, un mito. ¡Qué tontería! Jesús, has entrado en la Historia de forma
patente e inequívoca. Jesús, tu paso por el mundo es un hecho indiscutible. Que
se lo pregunten sino a Tiberio César, Filipo, Lisanias o Poncio Pilato. Pero
sobre todo, Jesús, nos has dejado tus huellas palpables en los Sacramentos y en
el Evangelio, ¡¡Palabra de Dios!!
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¿Conozco tu Vida? ¿Leo los Evangelios?
Lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestro
ojos, lo que contemplaron y palparon nuestras manos (…) os lo anunciamos
también a vosotros (1Jn 1, 1-3).
No solo cuento con el testimonio de Poncio Pilato (que por
cierto me cae muy mal por cobarde). Es San Juan, tu discípulo amado quien nos
dice que te palpó, recibió tu cariño, oyó tu voz, el latir de tu corazón
rebosante de cariño en la Última Cena.
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Dile a Jesús que quieres oír su voz en tu corazón y
terminas.
Propósito:
auscultar el corazón de Jesús.