jueves, 3 de enero de 2013

¡Beéééé, beéééé!


Juan exclamó: Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo (Jn 1, 29).
—Por favor… ¡dibújame un cordero! —¡Eh! —Dibújame un cordero... Era lo último que podía esperar aquel aviador extraviado en medio del desierto del Sáhara. Nos lo cuenta el Principito. Tras varios dibujos fallidos: —Este cordero está muy enfermo. Haz otro; —No es un cordero, es un carnero; —Este es demasiado viejo…, el piloto y artista (incomprendido) garabateó su último dibujo: —Esta es la caja. El cordero que quieres está adentro. —¡Es exactamente como lo quería! celebró el Principito —¿Crees que comerá mucha hierba…? Éste es el Cordero de Dios, oigo en Misa. Y me pregunto ¿Dónde?... En la caja, en el Sagrario, atontao. No podemos olvidar que lo esencial es invisible a los ojos.
·         Jesús, me gusta alabarte y balarte: Beéé, beéé ¿A que sí me entiendes?
Y Juan dio testimonio diciendo: He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como una paloma y se posó sobre Él (Jn 1, 32).
Todo el mundo sabe que los corderos y las palomas son amigos inseparables, como tampoco podemos separar a Jesús del Espíritu Santo. Jesús Niño, Cordero de Dios, que fuiste rescatado por el precio de un par de palomas, dame al Espíritu Santo.
·         Agradece a Jesús que nos haya dejado al Espíritu Santo.
Propósito: dibujar un cordero y una paloma juntos.