Simeón tomó al Niño en sus brazos y, bendiciendo a
Dios, dijo: Ahora, Señor, puedes ya dejar ir a tu siervo en paz, según tus
palabras (Lc 2, 28-29).
San Juan de la Cruz era un hombre muy alegre porque estaba lleno
de la eterna juventud de Dios y Jesús, no lo podemos olvidar, es el Dios de la
alegría, de la creatividad. Unas navidades ante una imagen del Niño Jesús
recostado en un pesebre —quizá inspirado por lo que hizo Simeón, se puso
ingenuamente a bailar, lleno de sencillez, cantando aquella copla: Mi
tierno y dulce Jesús / si amores me han de matar / agora tiene lugar.
·
Pide tu turno para las clases de baile con el Niño. ¡Hay
cola!
El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz
grande; a los que habitaban en tinieblas y sombra de muerte, una luz les brilló
(Mt 4,16).
Otro santo aficionado al baile es San Josemaría: Llégate a
Belén, acércate al Niño, báilale, dile tantas cosas encendidas, apriétale
contra el corazón... —No hablo de niñadas: ¡hablo de amor! Y el amor se
manifiesta con hechos: en la intimidad de tu alma, ¡bien le puedes abrazar!
Y ¡bien le puedes bailar! Lástima que aquel enterrador de Dios, Friedrich
Nietzsche —decía que sólo podría creer en un Dios que supiera bailar—,
no llegó a conocer a tan magníficos bailarines.
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Pide a Jesús que su luz brille en los corazones y disipe las sombras.
Propósito:
bailar al Niño.