lunes, 7 de enero de 2013

¡Que me quiten lo “bailao”!


Simeón tomó al Niño en sus brazos y, bendiciendo a Dios, dijo: Ahora, Señor, puedes ya dejar ir a tu siervo en paz, según tus palabras (Lc 2, 28-29).
San Juan de la Cruz era un hombre muy alegre porque estaba lleno de la eterna juventud de Dios y Jesús, no lo podemos olvidar, es el Dios de la alegría, de la creatividad. Unas navidades ante una imagen del Niño Jesús recostado en un pesebre —quizá inspirado por lo que hizo Simeón, se puso ingenuamente a bailar, lleno de sencillez, cantando aquella copla: Mi tierno y dulce Jesús / si amores me han de matar / agora tiene lugar.
·         Pide tu turno para las clases de baile con el Niño. ¡Hay cola!
El pueblo que habitaba en tinieblas vio una luz grande; a los que habitaban en tinieblas y sombra de muerte, una luz les brilló (Mt 4,16).
Otro santo aficionado al baile es San Josemaría: Llégate a Belén, acércate al Niño, báilale, dile tantas cosas encendidas, apriétale contra el corazón... —No hablo de niñadas: ¡hablo de amor! Y el amor se manifiesta con hechos: en la intimidad de tu alma, ¡bien le puedes abrazar! Y ¡bien le puedes bailar! Lástima que aquel enterrador de Dios, Friedrich Nietzsche —decía que sólo podría creer en un Dios que supiera bailar—, no llegó a conocer a tan magníficos bailarines.
·         Pide a Jesús que su luz brille en los corazones y disipe las sombras.
Propósito: bailar al Niño.