Publicado originalmente el 19
de enero de 2011
Estaban
al acecho, para ver si curaba en sábado y acusarlo. Jesús le dijo al que tenía
la parálisis: «levántate y ponte ahí en medio». Y a ellos les preguntó: «¿Qué
está permitido en sábado?: ¿hacer lo bueno o lo malo? ¿Salvar la vida a un
hombre o dejarlo morir?» Se quedaron callados (Mc 3, 2-4).
Jesús,
pretenden cacharte. Eran prisioneros de sus prejuicios y sin preocuparles para
nada aquel hombre enfermo. Sólo les interesaba acusarte. Bien les citaste a
Isaías: “Mirando, no vean; oyendo, no entiendan”. Jesús, ¿no me pasará a
mí algo parecido? Quizá yo también estoy “al acecho”: juzgo con dureza a
la Iglesia o a sus miembros y no quiero ver tanto heroísmo y santidad en sus
misioneros, amas de casa, fontaneros, bomberos, profesores…O me quedo callado,
y mi silencio me hace cómplice.
·
Jesús, que no me calle y sepa dar la cara. Que te defienda.
Entristecido
por la dureza de su corazón le dijo al hombre «extiende el brazo». Lo extendió
y quedó restablecido (Mc 3, 5).
Jesús,
fuiste mirando uno a uno. Te asomaste a sus ojos –la mirada es el espejo del
alma– y viste corazones duros, acorazados, insensibles. Jesús, me miras a los
ojos y quiero que encuentres un corazón sin prejuicios, libre para amarte.
·
¿Qué es lo que encuentras Jesús en mi mirada?
Propósito: Ser menos retorcido.