Publicado originalmente el 28
de enero de 2011
Con muchas parábolas parecidas les exponía la Palabra,
acomodándose a su entender (Mc 4, 33).
Jesús, te doy gracias porque te acomodas a mi entender, pero a
veces, ¡a Ti, no hay quien te entienda! No porque sea absurdo lo que me dices,
sino porque un Dios tan grande no puede caber en una macetita como la
mía. ¡Qué Dios más pequeño si cupieras! “A sus discípulos se lo explicaba
todo en privado” (Mc 4, 34). Jesús, a mí dame tutorías, y cuando entiendo
un poco, sólo un poco, ¡qué alegría! Porque tus Misterios, Jesús, no son muros
infranqueables, sino mares inabarcables en los que me interno y profundizo cada
vez más.
·
Dile tus Misterios
preferidos: Eucaristía, Trinidad, los del Rosario.
Cuando yo era niño, hablaba como niño, sentía como niño,
razonaba como niño. Cuando he llegado a ser hombre, me he desprendido de las
cosas de niño (I Cor 13, 11).
Ya ves, Jesús, sigo siendo niño –esto sólo lo arregla el tiempo–
y razono como un niño. Jesús, me recuerdas a mi mamá que sí que es ¡un
misterio! Y mi papá está de acuerdo: –Papá, a mamá no hay quien la
entienda... Y me responde: –Hijo mío, tu madre es un Misterio; no hay
que entenderla hay que adorarla. Jesús, no sólo te quiero, sino que te
“adORO”, aunque no te entienda…
·
Jesús, delante de Ti
siempre quiero ser niño…; y terminas.
Propósito: Contar
a Jesús mis “misterios”.