Publicado originalmente el 18
de enero de 2011
Un
sábado atravesaba el Señor un sembrado; mientras andaban los discípulos iban
arrancando espigas» (Mc 2, 23).
Jesús,
hay que tener bastante hambre para comerse crudos los granos de trigo... ¿Tanta
hambre pasabas Tú y tus discípulos? “Porque eran tantos los que iban y
venían que no encontraban tiempo ni para comer” (Mc 6, 30-32). Jesús, no
quieres que yo pase hambre —estás en pleno crecimiento, me dices— pero si
alguna vez llega, me acordaré de Ti: “Bienaventurados los hambrientos porque
quedarán saciados” (Mt 5, 6). Ahora que he vuelto al colegio y que ir a
Misa es tan fácil, quiero tener hambre de Ti, que no se me pase la hora… sé que
te necesito, eres el Alimento que da la Vida Eterna; y como soy tan débil
necesito alimentarme a diario.
·
Jesús, dame hambre de Ti y sáciame en la Eucaristía.
Muy
de mañana, cuando volvía a la ciudad, sintió hambre. Viendo una higuera junto
al camino se acercó (Mt 21, 18-19).
Jesús,
Tú también tienes hambre, y te acercas a mí, buscas en qué te puedo ayudar y me
pides… Lo que pasa es que yo soy una higuera muy especial, soy una higuera
escurridiza, con pies, que sale corriendo… porque sé que ponerme cerca de Ti
tiene sus riesgos… Por eso se me da muy bien el pedirte –en la Comunión, al
hacerTe la Visita, cuando Te saludo o me despido de Ti al llegar al Colegio–; y
tantas veces noto que te acercas a mí, que buscas algo de mí, que me necesitas
para ayudarTe… y entonces me entran las prisas: perdóname, Jesús, porque no
sacio tu hambre.
·
Jesús, que “higos” necesitas de mí.
Propósito: Dejar que Jesús me pida en la Comunión.