Publicado originalmente el 29
de enero de 2011
Se levantó un fuerte huracán y las olas rompían contra la barca
hasta casi llenarla de agua. Él estaba a popa, dormido (Mc 4, 37-38).
Jesús, estabas agotado: largas caminatas de un sitio para otro,
predicando a las multitudes, curando enfermos, cuidando de tus discípulos...
Fue sentarte un momento y quedarte dormido, tan profundo, que ni el rugir de
las olas te despertaban. ¿Con qué soñabas? Quizá conmigo... ¿y por qué no?
Dulces sueños de cosecha madura, y de pescas milagrosas, y de tesOROs
escondidos en los que “yo” soy protagonista ¡¡Scchsss...!! ¡Que nadie le
despierte! Está descansando.
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Dile que quieres ser
protagonista de sus sueños para hacerlos reales.
Lo despertaron, diciéndole: ―Maestro, ¿no te importa que nos hundamos? Se puso en
pie, increpó al viento y dijo al lago: ―¡Silencio, cállate! (Mc 4, 38-39).
La barca de Pedro, una vez más, a punto de zozobrar, y Dios, una
vez más, parece dormido. Y el grito, una vez más, de los discípulos: “¿No te
importa que nos hundamos?” Jesús, que las cosas están muy “yucas”; que de
ésta no salimos; que son muchos los enemigos de tu Iglesia; que se pierden
muchas almas... “Él les dijo: (...) ¿Aún no tenéis fe?”. Y una vez más “el
viento cesó y vino una gran calma”. Y la barquichuela de Pedro una vez más,
sigue como siempre, navegando contra viento y marea.
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Ser grumete en Su
barca, aunque no vaya al Atlántico ni al Pacífico.
Propósito: “Quien
no se embarca, no se marea”: marearme.