Publicado originalmente el 12
de enero de 2011
La
suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron. Jesús se acercó, la
tomó de la mano y la levantó. Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron
todos los enfermos (Mc 1, 29-31).
Jesús
mío, es que no te dejaban tranquilo ni a sol ni a sombra, ni siquiera al
anochecer: te pasaste toda la noche atendiendo enfermos. San Pedro seguro que
alegaba y con su vozarrón de pescador gritaba desde la puerta: ¡Qué esto no es
el IGSS! ¡Pero porfa, no sean abusivos y dejen descansar al Maestro! Y
desde fuera la gente le contestaba: –¡Claro! ¡Cómo a usted ya le curó a su
suegra…! ¿Y quién me cura a mi hijo? ¿O a la criadita? Y quizá
incluso alguno también llevaba un cachorrito o un pájaro “alirroto”. Y Pedro,
todo apenado, no supo qué decir. Les respondió la mirada sonriente de Jesús.
·
¿A quién puedes llevar para que te lo cure? Jesús ¿arreglas carros?
Se
levantó de madrugada se marchó al descampado y allí se puso a orar (Mc 1, 35).
Jesús,
¿pero de qué hablabas tan temprano con tu Padre? —De qué iba a ser sino de
aquella niña enferma: “Padre, te doy gracias por haberme escuchado” (Jn
11, 42). O de aquel otro que no pudo salvar: “Padre, no como yo quiero, sino
como Tú” (Mt 26,39). Y también de ti y de mí… ¿De qué iba a hablar sino?
·
Jesús, que de mi sólo puedas contar cosas buenas.
Propósito: Dar de qué hablar a Jesús.